La bondad de los robots asesinos

soldado

De chaval leí una serie de novelas y recopilatorios de Asimov, pero confieso que no me hice muy fan de sus historias ni de sus Leyes de la Robótica. «Si los robots más avanzados del mundo los diseña el ejército americano, y su propósito es aniquilar gente, ¿en qué quedan esas leyes?», pensaba.

Rusia emplea sus propios robots, e Israel, y Corea del Sur. Me refiero a robots y no a drones: armas que disparan por sí mismas en vez de por un operador remoto. Los drones son sólo el primer paso de una carrera armamentística robótica.

El jefe de robótica de DARPA habla del advenimiento de una «explosión cámbrica» en la robótica. El reconocimiento visual es una de las tecnologías clave que llevan a esa comparación con el cámbrico: la interacción con el entorno, conductas más sofisticadas, evolución y diversificación súbitas. Por otra parte, las descomunales posibilidades que ofrecen la nube y el aprendizaje profundo: lo que aprende un robot en Singapur, lo aprenden sus hermanos de todo el mundo. A mayor su mente colmena, mayor inteligencia.

En cuanto a robots asesinos, a pesar del respeto que inspiran a la misma ONU, habrá terminators, ya sea en forma de tanqueta, serpiente, perro o bombardero. Usando robots no mandas a «nuestros chicos» a morir, o a que queden heridos. La lealtad es de hierro, no hay cansancio, miedo, dudas o deserciones. Su capacidad de reacción es sobrehumana, y su puntería perfecta.

Me gustaba imaginar el lado humanitario de una guerra robótica: el punto en el que sólo lucharan robots contra otros robots, sin personas involucradas. ¿Qué sentido tendría matar gente, si la amenaza y la logística son todo máquinas? Destruidas las máquinas del enemigo, el control sería absoluto.

¿Llegaría a darse el caso?

Si es que, bien pensado, no debería haber guerras. También sería ridículo enviar robots a destruir robots.  Somos asnos estúpidos.